Tacones rojos


De pie. A mi lado, en el semáforo. Calándose hasta los huesos. Desprevenida, la lluvia le había asaltado sin paraguas. Distraido me fijé en lo guapa que era. Tenía una belleza clásica. Con porte  elegante, aún con los hombros encogidos. Delgada, el pelo ondulado, suelto caía por sus hombros. Los zapatos, en sus manos, preveían una huída rápida de sus ágiles pies hacia un lugar cubierto.

Pero yo era un caballero.

- ¿Por qué nos encojgeremos de hombros cuando llueve? ¿Nos mojaremos menos así?

Solícito me ofrecí para compartir mi paraguas. Lo cierto es que era lo suficientemente grande para los dos. Ella simplemente sonrió. Y me acerqué para ponerla a buen recaudo.

- No hace falta que salga corriendo. Le acompaño a casa, tranquila.
- No, no importa, no se moleste. Son sólo unas gotas de lluvia.

Pero la acompañé a casa. Se puso sus tacones rojos y le ofrecí mi antebrazo, que rechazó con una suave caricia cortés. Hicimos el camino bordeando charcos de lluvia y en silencio.

- ¿La próxima vez que llueva tendré que venir a rescatarla?
- No, no se preocupe, le pediré al cielo que no derrame más lágrimas. Sería demasiado trabajo para usted, nunca llevo paraguas.
- Entonces será un placer volverla a ver el próximo día de lluvia, pues. Buenas noches.

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