El padre del novio

Nadie se fijaba en el padre del novio. El padre del novio era un hombre callado y discreto, pero no era por eso por lo que no se fijaban en él. Puede que fuera un hombre corriente, algo más alto de lo común, pero la curiosidad de los asistentes se dirigía, como suele ser habitual, a la madre del novio, observada con esa minuciosidad que ronda lo desatento

Nadie se fijaba en el padre del novio, y cuando dejó de apoyar el peso del cuerpo en la pierna derecha para cambiarlo a la izquierda, o cuando descruzó las manos y las colocó sobre las rodillas, apretándoselas con fuerza, ninguna cámara, ninguna mirada se inmiscuyó en sus leves gestos.

Nadie se fijaba en el padre del novio, que observaba a su hijo como si fuera un espectador que lo contemplara todo desde muy lejos, desde el coro, o desde la cúpula, tan lejos que el padre del novio recordaba al chico en sus primeros paseos en bicicleta, y aquel esparadrapo que lució en la rodilla un verano que no alcanzaba a precisar, por esos caprichos de la memoria, que descuida detalles y conserva nimias pinceladas que, con el tiempo cobran la apariencia de un momento estelar.

El padre del novio, en el que nadie se fijaba, veía ahora una lágrima incipiente que comenzaba a engrosarse antes de resbalar por la turbada mejilla del niño, y a la vez, aquel esparadrapo, un esparadrapo como eran antes los esparadrapos, de gruesa tela, pegajosa viscosidad y color teja.

Nadie se fijaba en el padre del novio y, cuando durante la homilía se apretaba la rodilla, parecía que deseaba atrapar aquella frágil y ensangrentada rodilla del niño después de caerse de la bicicleta, o la expresión dolorida del niño, que ahora es un chico “templao”,  al que no le puede ver la cara, sólo el cogote y la apostura de los hombros bajo el chaqué.

Nadie se fijaba en el padre del novio, pero lo cierto es que al iniciar la ceremonia, volvió de las alturas, atravesó la cúpula y no volvió a ser el padre del novio en el que nadie se fijaba: no quería entrar solo a la iglesia, así que le miró inquisitivo. Y ella sonrió. Al padre del novio le acompañó una chica rubia que mientras caminaba con una sonrisa, susurraba: "Esto es el ensayo, papá, el día que me lleves de verdad al altar…". Y el padre del novio sonrió y pensó durante un pequeño instante que algún día sería también el padre de la novia.

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