Boarding pass

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Ha comprado un billete de avión.

Se marcha y no sabe cuando volverá. Ni siquiera sabe si lo que quiere es volver. De momento, sólo ida, por favor.

Curioso es que su plan de vida quepa en un trozo de papel rectangular que ha costado lo mismo que una cena de cualquier fin de semana. Pero este es un billete que lo cambia todo. Y como no puede evitar ser ella misma lo ha decorado y ha hecho un sobre precioso. Porque sin duda es también un regalo. Un regalo que después de cinco años se merece tanto que daría lástima que no se diera cuenta.


Lo cierto es que no la veo mucho, ahora vive pegada a una guía de viaje. A la promesa de un país que aún no ha descubierto. A la querencia de perderse en una gran ciudad y que nadie sepa de su existencia. A la necesidad de respirar y sentirse completa. A dejar de buscar... Para empezar a encontrar. 

Y, ¿sabéis qué? Es así como se siente feliz. La veo sonreír a todas horas.

Te aviso

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—¿Cómo se llamaba?
—No es necesario que me hables de usted. Me llamo Silvio.

—¿Y yo? ¿Cómo me llamaba?
—Te llamas. Todavía te llamas Blanca. Y eres mi mujer. Siéntate y come.

—¿Esto me gustaba? ¿Qué era?
—Sí. Te gustaba. Te gusta. Es sopa.

—¿Comía siempre ahí enfrente?
—¿Quién?
—Usted.
—Siempre, Blanca. Siempre como aquí enfrente. Delante, a tu lado. Siempre.

—¿Y me quería?
—¿Quién?
—Usted.
—Te quería. Sí. Te quería, Blanca.

—¿No usas ahora el presente, Silvio?

Por fin...

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- Perdona, ¿me puedes dejar un bolígrafo? Le insistió a la chica de la barra.

- Sí, claro, voy enseguida.
 
Y otra vez se sienta en su cafetería favorita, en su rincón junto a la ventana, ajena al mundo. Un pedacito de papel en blanco va despegándose lentamente del servilletero para convertirse en literatura.

Por fin empieza todo de nuevo.
 

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