- Perdona, ¿me puedes dejar un bolígrafo? Le insistió a la chica de la barra.
- Sí, claro, voy enseguida.
Y otra vez se sienta en su cafetería favorita, en su rincón junto a la ventana, ajena al mundo. Un pedacito de papel en blanco va despegándose lentamente del servilletero para convertirse en literatura.
Por fin empieza todo de nuevo.
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